Cuando los padres no logran manejar las separaciones, podrían llegar a tratarlas como verdaderas guerras, donde el otro progenitor se transforma en el enemigo al cual hay que atacar para poder ganar.
El mayor error de esta contienda adulta es cuando hacen partícipes a los hijos. La manera en que esto afecta al niño lo llamamos “Alienación parental” y consiste en el estado mental de un niño cuyo padre o madre intenta influir fuertemente en él, con el fin de que rechace al otro sin una justificación real.
Debemos tener claro que los problemas de las parejas debieran estar muy lejos de los hijos, que una cosa es ser pareja o ex pareja y otra muy distinta es ser padre, ya que no existe el ser “expadre”.
Si nosotros creemos que el padre o madre de nuestros hijos no es un buen prototipo o no hace las cosas como nosotros esperamos que las haga, podemos conversarlo, intentar llegar a acuerdos o dejar que nuestros hijos se hagan una idea propia de su padre o madre. Pero intentar obstaculizar o destruir el vínculo que pueda existir, no daña a nadie más que al propio niño y es un perjuicio que ningún padre quisiera para su hijo, ya que es contradictoriamente esto lo que lo dañará para el futuro y no la propia separación.