Muchas veces las personas adultas se frustran al no saber cómo hacer entender a los niños y bajo estas circunstancias pierden el control del volumen de su voz y de las palabras que ocupan. Cuando gritamos a los niños, no les estamos enseñando a entender, no les estamos enseñando a comportarse, les estamos enseñando a no tener paciencia cuando ellos tengan sus propias frustraciones, les estamos enseñando a seguir órdenes porque sí, ya que en caso contrario recibirán un grito o una palabra inadecuada que los marcará por el resto de sus vidas.
Cada vez que le decimos “tonto” a un niño, si viene de un adulto significativo, ellos están registrando inconscientemente que lo son, que no son capaces de responder a lo que el adulto espera de ellos y de esta manera, de adultos no creerán en sus capacidades y no serán capaces de atreverse a demostrarlas a otros.